Hace unos años, escuché a ciertos expertos decir que el rito de la paz (en la Última Cena, Jesús les dio y les dejó su paz a los apóstoles, Evangelio de San Juan capítulo 14, versículo 27), que expresa la comunión fraterna entre los miembros del Cuerpo de Cristo (la Iglesia, antes de recibir su Cuerpo en el Sacramento), debería ser suprimido o minimizado aún más, porque rompe la solemnidad litúrgica.
La verdad, a mí no me deja de horrorizar que haya
quien piense así, precisamente, en estos tiempos en que tanta falta hace la
paz, con uno mismo y con el prójimo, en todo el mundo, en cada familia, en cada
casa, en cada calle, en cada barrio, en cada parroquia, en cada urbe, en cada
país.
Ayer presencié todo lo contrario a lo que
manifestaban esos expertos, algo que rompía aquel ritual que, a veces,
repetimos sin darle mayor importancia, cuando, como indico al principio, fue el
propio Cristo quien lo vivió con sus discípulos, incluido el que iba a
traicionarle.
Un hombre mayor, cuando todos los demás
habíamos terminado de hacer el gesto de la paz entre los que nos encontrábamos
cerca unos de otros, decía: “La paz esté
con vosotros”, pero no se lo decía a alguien cercano, sino que lo decía a su móvil; necesitaba darles
la paz a otras personas que no se hallaban presentes. A mí me pareció un gesto
hermosísimo digno de sentar ejemplo.
Por eso, habría que preguntarse… ¿Doy la
paz con el corazón o sólo lo hago de cumplimiento? ¿Damos la paz a quien no
está cerca? ¿Damos la paz en las redes sociales? (quién sabe, podría ser una
buena iniciativa para el futuro religioso virtual). ¿Buscamos darle la paz a
aquel prójimo con el que no estamos de acuerdo o hemos entrado en algún conflicto,
incluso dentro de la comunidad parroquial?
Ahí dejo estas reflexiones. Muchas gracias por leer este texto, que Dios nos guarde y bendiga a todos.