Que nadie me diga que Dios no existe, una
doble negación que se convierte en una afirmación.
Mi madre, persona entregada a Dios en su
vida, que Le ponía delante de todos, para así servir más plenamente y fielmente
a los demás, tuvo en sus dos primeras misas por su alma a tres sacerdotes
oficiando sus ceremonias. Y además, en cada una de ellas, un representante con
cargos eclesiales destacados, como se merecía mi madre, que tanto hizo por ser
y sentirse Iglesia.
Mi padre fue un agnóstico tolerante toda
su vida. Le obligaban a ir a misa de pequeño; fue a misa con mi madre de novios
y recién casados, por acompañarla; y también conmigo, de pequeño, para ir a
pasear luego por el parque. Aceptaba ir a bodas y funerales, comprendía que era
necesario. En su misa funeral, presidió nuestro párroco, acompañado,
sorprendentemente para mí, del vicario episcopal de zona.
Mi padre estuvo hospitalizado varias veces
en estos últimos años y, como cristiano, pedí que le visitara el capellán que
hubiera, para charlar un ratito con él, para darle los santos óleos, como fue
necesario la penúltima vez, que tan gravísimo estuvo, y para darle la comunión,
de la que, no renegaba. Y precisamente, en estos tiempos de hospitalización, el
capellán con el que más charló, el que más le atendió, al que más conoció en
estos últimos años, ha sido el que ha oficiado la segunda misa en acción de
gracias por la vida de mi padre; un sacerdote que no está en este pueblo, sin
saber cuántas “carambolas” ha habido para que haya sido él quien ha oficiado
esta ceremonia y sin yo haber hecho absolutamente para ninguna de estas “casualidades”.
Lloraré, sí, de verdad que rezaré y lloraré
por el alma de quien me diga que Dios no existe, porque esto es imposible de
explicar, como tantas cosas que ocurren y a las que no estamos atentos, como
tantas señales que hay en nuestras vidas, como tantos sucesos que hay por
explicar y a los que no damos importancia para no pensar, Yo sí creo, yo sí
tengo claro que Dios existe, yo sí siento que Dios actúa en nuestras vidas y
esto que cuento es sólo un ejemplo particular.
Hoy salí conmocionado de la ceremonia y aún lo estoy, sólo me queda escribir: Bendito sea Dios, sea por siempre bendito y alabado.