¿Por qué la Providencia?

¿Por qué "la Providencia"? Hay muchas cosas que los cristianos católicos creyentes no solemos tener en cuenta, como que, frente a la importancia que algunos dan al destino, a lo que va a ocurrir, a querer controlar nuestra vida o que suceda lo que queremos que ocurra o que no ocurra, la Providencia actúa de forma inesperada, creando situaciones o acontecimientos que ni siquiera nos imaginábamos. Yo procuro tener en mi vida presente a la Providencia para aceptar quién y qué soy: una persona mortal y limitada, pero en continúo proceso de cambio y en camino.

13/9/20

Me rindo ante la sencillez y la humildad

Imagen de cathopic.com

Una misa dominical, un templo, en la que se encuentran personas que dejan claro que no tienen formación cristiana y van muy arreglados para ir a un “banquete” o una “celebración posterior”…

Previamente a la consagración, el sacerdote celebrante advierte que llega el momento culminante de esta ceremonia, por el cual Dios baja para estar presente entre nosotros, ocasión para compartir el Cuerpo de Cristo y su Sangre, y que debemos actuar con el respeto necesario (para evitar posible debate teológico, no son palabras textuales).

Y comienza el rito de consagración; yo estoy en los últimos bancos y, porque todo ello está en mi campo de visión, contemplo la siguiente escena:

La mayoría de los que participamos en la eucaristía, nos arrodillamos, pero los que asisten en los primeros bancos como “invitados”, demostrando su nula formación cristiana, con cierta indiferencia en su postura (incluso girando la cabeza hacia los lados o hablando levemente), se mantienen de pie, como si no fuera con ellos o no quisieran estropear sus modelitos (hablo de hombres y mujeres, no ancianos, sino jóvenes y algún adulto de mediana de edad; si fueran personas de avanzada edad, se podría decir que no pueden arrodillarse).

“Pero eso es algo normal”, puede estar pensando quien lee este texto… Y es cierto, sí… Pero lo grande y lo hermoso, lo impactante, conmovedor y estremecedor, viene ahora.

Mientras esas personas, jóvenes, imagino que con estudios y hasta con carreras universitarias, bien vestidas y emperifolladas, permanecen de pie, justo delante de mí, en el banco anterior, un joven que, por sus rasgos faciales, mostraba ser síndrome de Down, permanecía arrodillado desde que comenzó este rito, y no sólo se conformaba con eso si no que, estando arrodillado, le hacía gestos al hombre que tenía al lado (elegantemente vestido, presupongo que familiar suyo), indicándole con el índice derecho que se arrodillara también. El hombre declinó, aunque el joven lo intentó dos veces, llamando su atención levemente.

Me rindo, una vez más en mi vida, ante la grandeza de la sencillez, frente a la imagen, el orgullo o la prepotencia. Cuántas benditas almas sencillas nos faltan (y no hablo de cuestiones genéticas, sino en general), frente a cuestiones estéticas, falta de formación, egoísmo, orgullo e hipocresía, vanidades varias.

Me estremecí viendo todo aquello, porque aunque yo estaba participando de la Eucaristía, siguiendo el ritual, podía ver a la vez al Señor, a los que se arrodillan fielmente, a los que no se arrodillan (por los motivos que sean), y aquel que, humildemente, se arrodillaba e invitaba a arrodillarse.

Que Dios le siga bendiciendo con mucha fuerza a aquel que evangeliza con el corazón, desde la sencillez de su vida y también a todos los fieles, y dé mucha luz a todos aquellos que, aun teniendo la oportunidad en la propia eucaristía, no son para ver al Señor en sus vidas.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mateo 5,8).

Muchas gracias por leer esta vivencia personal, que el Señor nos guarde a todos.