Es culpa mía, como
católico, que a un cardenal, por muy soberbio y “hueso” que lo era, de la
Iglesia que yo también soy, le hayan quitado la calle con su nombre, a pesar
del gran Monumento que dejó como recuerdo evangelizador de Cristo, que arruinó
a la institución diocesana local por varias décadas, pero que dejó una hermosa
estampa que sólo se puede comparar en conjunto con grandes monumentos, como el
propio Vaticano o la Plaza de España de Sevilla, aunque sea más pequeñito.
Es culpa mía, como
católico, que haya muy pocas familias que sigan esta devoción al Sagrado
Corazón de Jesús y que sigan a ese Monumento dedicado al Sagrado Corazón de
Jesús, como quiso aquel Cardenal, dándole vida, empezando por la Parroquia, que
es el centro de referencia para acudir a ese lugar de encuentro con el Señor,
de espiritualidad y religiosidad (en ningún caso, concebido para el “turismo” o
la “cultura”).
Es culpa mía, como
católico, que no haya evangelizado, que no haya sido fiel testigo del Amor de
Dios, que no haya evangelizado y sido verdadero apóstol, durante estos 43 años
de vida que llevo, para que en mi pueblo haya más presencia comunitaria
cristiana en los Sacramentos y en la Oración, únicas ocasiones donde se
refuerza la persona en Cristo y María, en la presencia del Amor de Dios Padre,
y se entiende verdaderamente lo que es la comunidad cristiana, su servicio,
entrega y compromiso.
Es culpa mía, como
católico, no haber transmitido la suficiente fe, ante los necesitados, ante los
míos, en mi entorno, para que vivamos en armonía y no se vean, como necesarios,
las faltas de respeto a los difuntos, a los que, incluso torpemente y con
soberbia, como “huesos”, lo que querían era acercar a los demás a Cristo.
Es culpa mía, como
católico, que las nuevas generaciones, por mi falta de catequización para con
los demás, apenas se preocupen de los valores del humanismo cristiano: vida, amor,
fe, libertad, paz, caridad, piedad, misericordia, esperanza, alegría, sanación,
sinceridad, sencillez, pureza, moralidad, respeto, hermandad, fraternidad,
comunión, entrega, esfuerzo, valentía, sacrificio, humanidad y espiritualidad.
Y que no adquieran la voluntad y la determinación de contagiarlos a otras
personas.
Es culpa mía, como
católico, que cada vez haya menos fe en este pueblo donde vivo y resido, menos
religiosidad, menos espiritualidad y así cada vez se muestren más las tinieblas
y la oscuridad.
Es culpa mía que, como
católico, una vez más, se haya realizado un gesto que mata a Jesucristo y me
haya quedado mirando. Pero mientras pueda, mientras mi Padre que está en lo
alto me lo permita, yo seguiré haciendo lo que buenamente pueda por Cristo, mi
única bandera, el Amor de Dios, pero ya sin colaborar en nada con las
tinieblas, porque ya lo he vivido antes y no repetiré ese error.
Es culpa mía, como
católico, haber perdido el tiempo tratando de acompañar a las tinieblas, a las
distracciones y las cosas que procuran apartarnos de Dios, en vez de haber
aprovechado ese tiempo para comunicar lo que sea sobre Nuestro Padre, para
compartir su Amor y tratar de llegar a más almas y corazones que tanto Le
necesitan. A partir de ahora, Te dedicaré más tiempo, Señor.
Seguiré tratando de
compartir el Amor de Dios con todo el que quiera escucharme, aguantarme y
soportarme, porque creo y defiendo en la libertad que nos ha sido dada; invitaré a seguir construyendo el Reino de Amor,
a acercar a la gente a las Sagradas Escrituras, al seguimiento a Jesucristo
desde los Sacramentos y la Oración, con esperanza e ilusión que se comparte
comunitariamente, en la Iglesia de la que somos parte los que queremos serlo.
Mientras y hasta el
momento en que me reclames, Señor, perdóname, porque no sé lo que hago, por
todos mis fallos y errores. Alabado sea el Señor, sea por siempre bendito y
alabado. Y Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
Mario.