Sí, soy cristiano, católico, apostólico y romano, y procuro cumplir con mi fe y con mi Iglesia, de la cual formo parte. Procuro atender los sacramentos, especialmente, la eucaristía, no sólo dominicalmente, sino todas las veces que puedo; confesar varias veces al año y, lo más pronto posible, cuando me siento mal por haberle hecho daño a Dios o a mi prójimo; procuro hacer en mi vida presente mi bautismo y mi confirmación, con mi compromiso como Iglesia; y respeto el orden sacerdotal, el matrimonio entre mis prójimos (ya que no existe en mi vida), y la unción de enfermos. Y aun así, me considero sólo un pecador más, cargado de errores y faltas.
Pero las procesiones no
son sacramentos y (lo pregunté en la escuela de liturgia a un doctor en la
materia), ni tan siquiera son actos sacramentales (aquellos que imitan a los
sacramentos, como las bendiciones y otros ritos). Por tanto, no entran dentro
de los hábitos cristianos, si acaso y se viven con corazón sincero, son actos
de devoción o de fervor. Sólo vivo, por compartirlas comunitariamente y porque se nos invita a todos, independientemente de las devociones particulares, las del Corpus o del Domingo de Ramos.
Este Sábado Santo, en el interior del templo, me vino una persona de ideología, de las que saben mucho de su
ideología, y quieren imponer que es lo único que puede salvar el mundo, su ideología, a
preguntarme si había visto muchas procesiones, jactándose de que él las había
visto todas por la televisión, a lo que le respondí que no. Matizó que sería
que no quería haberlas visto este año, a lo que contesté que yo no soy de
procesiones. Y sorprendido y contrariado, se fue.
Me resulta muy
sorprendente que esta misma persona, que es capaz de traerle flores a las
imágenes sacras, es de las que les ha quitado su calle a un cardenal de la
Iglesia, que fue perseguido y señalado por falangistas; se ha mofado de ese
mismo cardenal de la Iglesia al lado de su tumba, contratando a un actor para
ello; ha recogido firmas a las puertas de un hospital para que se lo quiten a
una orden religiosa, que lo construyó con todo su esfuerzo y buena intención a favor de los demás; o es de los que han cambiado el nombre a lugares religiosos, para
secularizarlos, y así ir borrando la memoria religiosa local, entre otros
hechos.
No hay hermandad mala, no
hay devoción mala, pero sí hay personas malas que, a través de una hipócrita
devoción, de un falso fervor, lavan sus conciencias o se justifican en su
respeto, para seguir maltratando a otros, para imponer lo que ellos piensan,
ajenos al Evangelio y a las leyes divinas, porque no creen en Dios, pero sí
quieren aprovecharse de lo que nos ha sido dado y de la fe de otros para imponer su criterio particular y sectario, alejado del catolicismo (es decir, la universalidad, todos los creyentes en Jesucristo, durante toda la historia de la humanidad).
Benditas sean las
procesiones, benditas sean las devociones, benditas sean las hermandades, pero
si sólo eres de esos ambientes cofrades, de ese “fervor” sinsentido y esa “emoción”
insensata, desconectada de la fe, y no tienes inquietud por profundizar en la
espiritualidad y no quieres aumentar tu formación y compromiso cristianos como Iglesia, quizá, es muy
probable que, como la persona que aquí describo, no sólo no eres cristiano,
sino lo que es verdaderamente malo, le estás haciendo daño a Dios y a tus prójimos,
incluidos a nosotros, los cristianos, los que perseveramos en la fe, escondiéndote
tras meras tradiciones y “manifestaciones culturales” (como lo expresan las ideologías intolerantes).
Piénsalo, muchas gracias por leer este texto y que Dios nos bendiga a todos, y nos dé mucha luz a todos, Luz de Cristo (a mí incluido).