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Pero no por ello hay que dejar atrás la
sencillez y la humildad de ciertas personas en su fe, sino que también hay que
valorarlo y mucho. El otro día, recibí una lección de vida en cuanto a ello: Una
mujer trabajadora, de cara al público, sobre su uniforme, muy pegada al cuello
por un cordel, lucía una muy sencilla cruz latina dorada, de unas dimensiones
significativas y con cierto brillo.
Tras preguntarle un par de cuestiones
acerca del entorno, la quise felicitar por lucir esa cruz y me dio una
respuesta muy significativa: “Dicen que ahora hay que llevarla a la vista”.
Inmediatamente, tuve que reaccionar mostrando mi símbolo religioso no tan a la
vista como el suyo, reafirmándole también mi fe.
Dudo que esa mujer, en sus
circunstancias (pues algo supe de ella), pueda ser partícipe de los sacramentos
(la Eucaristía, especialmente), o de una vida de compromiso pastoral parroquial
(ojalá), en la que tenga que superarse constantemente en la imitación a Cristo,
pero es muy loable su valentía, estando como está, cara al público y siendo una
trabajadora. Ojalá otros muchos fuéramos capaces (yo el primero) de dar tan
valiente testimonio.
Que Dios nos bendiga a todos y, hoy,
especialmente, a todas estas personas tan valientes que están exponiéndose en
primera línea, como misioneros de nuestro tiempo, en esta sociedad laicista y secularizante. Muchas gracias por su atención
al leer estas líneas.
Si desea reflexionar más, le dejo el enlace a estas apropiadas palabras de una catequesis del Papa Francisco: