En estas últimas décadas, con el ritmo acelerado de
tecnología, ciencia y comunicación, nos estamos acostumbrando a todo demasiado
rápido. Por el contrario, algunos, bastantes o muchos de nuestros mayores,
siguen reservando una forma de ser mucho más sana y sencilla que mi generación
y las posteriores apenas las desarrollamos, como es preservar los valores y las
virtudes.
En este último año he ido bastante al cementerio; me he acostumbrado, aunque aún hago la señal de la cruz y oro en el interior. Hoy,
por circunstancias, sólo me quedé en la puerta, esperando. Y ahí andaba yo, de
pie, parado, cuando un anciano de alrededor de sus 80 años, pasó por delante de
mí, me saludó y con una mirada reverente, inclinando un poco la cabeza y
mirando hacia el interior de la puerta, se santiguó y continuó su camino. Y me
di cuenta de que yo no lo había hecho.
Ese hombre, al que no he visto en mi vida y que, probablemente,
nunca volveré a ver, me dio una auténtica lección de humildad y respeto, con
todos los difuntos allí congregados, aunque estén sólo sus cenizas, con su
memoria, con sus recuerdos, con los que están en el cielo y con los que están
esperando en el purgatorio para su salvación, con un lugar sagrado, como es
este que tenemos en el pueblo. Espero y confío haber aprendido la lección,
aunque aún falle y me equivoque.
No quiero acostumbrarme a la soberbia de estos tiempos, al
egoísmo y a la hipocresía que no respetan ni la vida ni la muerte, ni a los
vivos, ni a los muertos, en que parece que lo sabemos todo, que lo dominamos
todo y que no necesitamos a nadie, si no es para que nos sirvan a nuestros
objetivos particulares; quiero seguir viendo a gente sencilla, humilde, sensata
y sincera, con la que maravillarme y aprender de ellos. Procuraré seguirme
santiguando ante el templo por el que pase, la Casa del Señor y ante los lugares
que acojan difuntos, que también son espacios sagrados, santiguándome y orando
por los restos que allí se encuentran, por las almas de los difuntos y por su
bienestar en el Reino de los Cielos.
Que Dios nos bendiga a todos; muchas gracias por su tiempo
para leer esta vivencia.