Yo soy Iglesia y soy Iglesia, a pesar de los errores y de
los fallos, de los pecadores y desaciertos de quienes nos consideramos como
hermanos, hijos de Dios y que nos encontramos siendo y sintiéndonos Iglesia…
Soy Iglesia…
- Con el Papa,
esté más o menos en consonancia con cómo nos explica el Evangelio y su
forma de llevarlo a la práctica, a pesar de que sea más o menos fotogénico, pues
es el representante de Cristo en nuestro tiempo, del Amor de Dios.
- Con mi Obispo, como pastor que, con la mejor intención
y en el nombre del Amor de Dios, procura guiar a grupos tan heterogéneos y
diversos como los que solemos formar la Iglesia. Y al pobre, sea quien sea, me
consta que no solemos ponérselo fácil.
- Con el clero, con toda esa bendición de sacerdotes de vocación que
ofrecen su vida, su testimonio, su compromiso, su esfuerzo y todos los dones
que a cada uno de la haya dado, para servir a los demás a partir del Amor de
Dios, como mejor piensa que puede hacerlo.
- Con religiosas y religiosos, monjas y monjes, frailes,
seglares consagrados, etc., que entregan su vida por Cristo a partir del
carisma con el que se sienten identificados, gracias al Amor de Dios.
- Con misioneros y misioneras que intentan llevar a
Cristo en los lugares más difíciles, con los más necesitados y más queridos por
Dios, pero desde la cercanía a la Iglesia.
- Con el humilde y sencillo voluntario o voluntaria, comprometidos
con Cáritas, Manos Unidas y demás ONG católicas, que intentan llevar dignidad a
la vida de otra persona, gracias al Amor de Dios y desde la Iglesia.
- Con el/la catequista de niños, jóvenes o adultos que
quiere abrir el corazón de quienes le escuchan, para que sientan y compartan
también el Amor de Dios, en la comunidad parroquial o en su congregación, dentro
de la Iglesia.
- Con la persona de pastoral de la salud, que visita a
ancianos, enfermos, impedidos o desvalidos, aportando esperanza, compartiendo
algo de alegría o, sencillamente, acompañando un ratito con la mejor intención a
esa tercera persona, a través del Amor de Dios.
- Con todos los miembros de hermandades, movimientos,
órdenes religiosas y demás organizaciones y asociaciones que, desde dentro de
la Iglesia, y a partir de esta, intentan llevar el Amor de Dios a los demás y
compartirlo a través de los sacramentos y de la oración.
- Con cofrades, romeros, devotos, místicos, peregrinos,
rocieros, capillitas, ermitaños, profetas… Que a través de una o varias advocaciones
de Cristo y de María, quieren llevar a su vida y a la de los demás el Amor de
Dios.
- Con todos los que quieren sentirse igualmente Iglesia,
hijos del Amor de Dios, independientemente de las diferencias interpersonales
de edad, raza, sexo (y admito más de dos, por cuestiones genéticas), ideología, cultura, tradición, circunstancias o condiciones
sociales, y que están verdaderamente comprometidos de corazón, a través de su grupo pastoral
o con su comunidad parroquial o comunidades y, por tanto, con Cristo, con la Iglesia.
No estoy y no estaré con aquella personas o grupos de
fariseos (descripción en el Evangelio de
Mateo, capítulo 6, por ejemplo), engreídos e hipócritas que, en la
actualidad, proclaman cómo tiene que ser la Iglesia, cuando lo único que
quieren es ser protagonistas o imponer una forma de pensar, porque a esas
personas es lo que les gusta o les sirve para justificar sus vidas.
Admiraré y procuraré seguir el ejemplo de los sencillos y
humildes de corazón, que hacen la labor que Dios les encomienda por Amor a Dios
y a los demás, que guardan el debido respeto a los Sacramentos, a la Oración y
a la Iglesia, que es para mí, por encima de todo, un sentimiento de unión entre
seguidores de Cristo Jesús, gracias al Amor de Dios.
Tengo muy claro que, si la Iglesia cambia o no, será obra
del Espíritu Santo, no obra de un conjunto de hombres, que quieran imponer una
doctrina o una ideología.
Muchas gracias por leer esta reflexión y que Dios nos
bendiga con mucha fuerza a todos. Falta nos hace, cuando hay quien aún no tiene
clara cosas tan sencillas como la que aquí se expone.